Diario

martes, 16 de diciembre de 2008

Se han encendido las luces del pueblo. Innecesariamente puesto que todavía la luz diurna es más que suficiente. Se ve magníficamente bien.

A qué juegan los que dicen de retrasar o adelantar la hora.

Prefiero callar porque sólo se me ocurren disparates y para disparatado ya anda el mundo una jartá.

Seguro que está en mi la tristeza hoy. Sin saber por que. No hay ni motivo ni razón para ello. Es simple y llanamente así.

Tristeza y alegría vienen y van , van y vienen caprichosamente. La alegría puede incluso que la invoquemos, la tristeza nunca. Pero ella es dueña y señora y se presenta por sus fueros. Hála, aquí estoy yo porque me da la gana.

Cualquiera le tose.

¡Ay, amigos, qué triste estoy!

No quiero estarlo, no se me apetece, no es razonable. ¡Ay qué triste estoy!

Mi tía Pepa era una mujer que al final de sus días se volvió beata. Pepita como le decían tenía amigos y amigas que la querían mucho, sin embargo no fue santo de mi devoción. Me resultaba cargante. Y su posterior ñoñez resultaba horrenda para mi modo de pensar amén de una hipocresía enorme. No obstante tengo que sonreír ante una confesión auténtica que hizo y a lo que el cura le respondió como ahora vereis.

Pues ella va a confesar y se acusa de gula. El cura le pregunta el porqué, a lo que ella responde que porque se había zampado dos platos de lentejas qué qué.
El hombre le dice, Pepita, hija, eso no es gula.
Pues qué sino es padre.
Hambre, hija, hambre.

No me lo invento. No se inventar cosas. Puedo transformarlas pero no inventar como decía el hijo de Thomas Mann. ¿O era el hermano? No no, era el hijo. Creo...

Empieza el crepúsculo. Rojo claro y amarillo. En el horizonte hileras de nubes. Las montañas de África se perfilan lenes, casi insinuantes. No como ayer espléndidas, definidas ,exigentes en su perfecta definición.

Una nube parece la cabeza de un ratón supersónico. Al segundo la cabeza del ratón se desprende y de una extraña cola que le seguía surge la cabeza de un dragón. Si seguimos mirando asoma un pavo sin patas y con su moco colgando. Detrás una serie de arabescos y tras ellos una hormiga gigantesca. Ahora un pelicano emprende el vuelo, de su pico gordo y robusto cuelga un gusano retorcido y tridimensional. El pelicano pierde el pico y so sustituye el enorme gusano.

Un colibrí se sube a una mujer destetada y culona. Como algunos tiburones llevan esos pecesillos adheridos. O son las ballenas.

No estoy para murgas. Se acabó el mirar para el cielo. No puedo describir lo que veo. La transformación se sucede con tal celeridad que no me da tiempo a nada. El cielo siempre me deja atónita.

Quién inventó la tristeza. Quién habló de tristeza. Merece unos buenos azotes.

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