Diario

lunes, 23 de febrero de 2009

Queirda amiga

Querida Miranda. Mi escasa paciencia, tiene en el caso de Francis, una peculiaridad poco docta. En ella intervienen unos frustrados deseos de ser la preferida. Lo digo sin pudor alguno y consciente de que es así. Fue así.
El amor dicen que es ciego. Debe serlo. Y hay una parte maravillosa en que sea de ese modo y otra a la par absolutamente negativa. Claro que en esta contienda yo no seré nunca correspondida con rigor. Ni yo creo merecer ciertas actitudes, al igual que sólo puse en verdad la carne en el asador. Al que ama las verdades ciertos comportamientos se los trae al pairo. No es mi caso. Es al cabo de los años cuando se van descubriendo esas verdades , y bien estuvo lo bueno mientras duró. Nada de juicios y si explicaciones que nada cuesta darlas. La razón acoge a la razón y esto queda lejos del amor. (Eso parece).
Cuando se trata del amor individual la cuestión es algo fastidiosa. Porque la pluralidad del amor es algo bien distinto. Hablamos de amor de hombre a mujer o viceversa. Sin embargo hace mucho tiempo que de ese amor no hablo. Hablo del tuyo y el mío, del amor de unos y otros, del amor ancho hacia cualquier ser vivo e incluso hacia el amor a algún objeto. Seguro que podría decir: hablo del amor universal. Pero me queda grande. Es ampuloso y suena a ideología anclada. Es así a mi pesar. En general amo todo y en particular me cuesta. Quiero allanar caminos pero poner hitos. No deja de ser confuso y contradictorio, yo no entiendo el mundo sin contradicción.
No me cabe duda que cuando leas esto-si es que lo lees-tendremos un buen rato para dilucidar sobre el tema. Yo pretendía ¿excusarme? de la falta de ternura que entre nosotros, Francis y una larga lista de personas parece regir. Y rige. Nos cuesta mostrarla, pero no estamos exentos de ella. Si te lo digo es porque lo pienso y porque tu sabes que es verdad. ¡Te sigo amando aunque me regañes.

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