Y el cielo se abre azul intenso frente a la atalaya. Los mirlos entonan su cántico desaforado e insistente. Racheado, el viento empuja las ramas de las palmeras que cual enormes abanicos se balancean de un lado a otro. La mar ondea lene hacia poniente. Mal viento, dicen por estas tierras los pescadores. Ese trae agua de levante.
Ellos saben bien de que hablan.
Inmóvil contemplo el mar, el cielo. Sólo tengo ojos. Ojos que no se cansan de mirar hacia el infinito horizonte, hacia el infinito techo celeste.
En algo me muestro fiel y constante. A este siempre nuevo mirar y en el amor y la amistad.
Lo demás...nada importa lo demás.
¡Oh, si!. Darse al vivir con fruición.
En ese vivir se plasma la lectura, la música, la pintura, y especialmente, la observación de la madre Naturaleza.
¡Qué placer entregarse a su seno generoso!. Olerlo. Siempre un perfume diferente embauca la nariz ávida.