Diario

viernes, 30 de octubre de 2009

Carta a Mirandah

Querida Mirandah:

En un momento de indiscreción nuestra atalaya me ha dicho que, ha visto vida esparcida en cada diminuto recodo de su superficie. Dice que, ha encontrado risas y besos. Mariposas libando pieles, torrentes de lágrimas y ojos de cordero. Todo eso ha visto.

Me ha dicho que tu, una noche, sentiste mi paisaje, nuestro paisaje, para saberme más tuya.¡ Como si eso fuese posible!
Claro que, qué sabe ella.
También me habló de encuentros festivos, de piadosa lujuria, místicos incestos, de adióses y muertes. Porque que es morir sino dejar de amar.

A nuestro testigo vivo que es nuestra atalaya le hemos confesado nuestros más atroces pensamientos, nuestros más divertidos pecados. Cuando el pecado aún existía...

Cómo dejar la atalaya a un lado, como dejar de hacerla nuestro cómplice en el diario avatar que es la vida.

Cómo dejarla a ella fuera de nuestra mirada, de nuestra promiscuidad diversa y loca.
Cómo dejar de contarle que a veces nos arden los ojos porque sentimos un deseo irrefrenable de llorar y no podemos hacerlo.

Dime, Mirandah,¿ lo harías tú? ¿Dejarías nuestra atalaya a un lado para contarle todo esto a esa página blanca, luminosa y vacía. A esa página impaciente e impúdicamente blanca de quirófano, ya llena, tan llena de cadáveres que hasta ella misma se nos torna cadavérica.

En cambio, nuestra atalaya...

Nuestra atalaya llora, se enoja, se baña de luna y coquetea con Lorenzo. Se viste de todos los colores imaginables y espera sin pedir nada.

Ella, nuestra atalaya, suscita magia. No en vano la compartimos y la sentimos como algo vivo, solidaria y fiel amiga.



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